Recuerdo con claridad cuando tomé una decisión que, aunque sencilla en apariencia, transformó mi forma de ver el liderazgo: contraté a alguien más experimentado que yo.

En ese momento, mi intención era clara: fortalecer la gestión de proyectos de la empresa. Pero no esperaba que la verdadera transformación ocurriría en mí.

Desde el primer día, su forma de pensar, su enfoque centrado y equilibrado, y ese liderazgo natural que ejercía sin esfuerzo me hicieron notar cuántas cosas aún me faltaban por aprender. No solo dominaba herramientas y metodologías, sino que tenía algo aún más valioso: criterio, visión, y una presencia que daba tranquilidad a todo el equipo.

Aprendí observando. Aprendí preguntando. Aprendí escuchando más de lo que hablaba.

Y hubo un momento clave: un viaje de trabajo que me obligó a estar fuera por tres semanas y él estaría encargado en mi ausencia de la empresa Antes de irme, le dije que estaría pendiente, que estaríamos en contacto. Y aún recuerdo su respuesta: “Enfócate en el objetivo del viaje. De la empresa acá me encargo yo.”

Cuando regresé, no solo todo había salido bien. Sentí que la empresa había estado en mejores manos que si yo mismo la hubiera dirigido. Fue un golpe de realidad… y de crecimiento.

Desde entonces, busco exactamente eso: personas que me reten, que me enseñen, que amplíen mi forma de ver las cosas. Ya no busco personas para mi equipo solo por habilidades técnicas, sino por la posibilidad de crecer juntos.

Porque un verdadero líder no teme ser superado. Lo busca.